El mejor regalo que se hace el terapeuta, que siente devoción por lo que hace, es la continua búsqueda y la continua mejoría de sus conocimientos, con un fin común para todos, en nuestro día a día, la efectividad de nuestro trabajo reflejada en la salud de las personas que nos consultan y que nos confian lo más preciado, su bienestar.
A menudo creemos que durante la búsqueda, en el camino que transcurrimos durante nuestra vida profesional y la constante formación encontraremos fórmulas magistrales, recetas que servirán para conseguir el objetivo diario, con cada paciente.
Nos formamos en medicinas convencionales, donde tenemos la oportunidad de estudiar en múltiples especialidades, como si el ser humano estuviera formado por piezas de un puzzle imposible de descifrar, y cada pieza requiriera un mecánico.
También tenemos la medicina no convencional, complementaria, alternativa... donde se engloban la Medicina Tradicional China, la Homeopatía, la Osteopatía,la Naturopatía, la kinesiología, la Reflexología...que en sus bases se transmite que la persona es un todo, y que hay maneras de abordar un problema sin agredir al sistema, ayudándonos de diversas técnicas.
El problema sigue siendo que no hay una fórmula magistral en ninguno de los dos sistemas médicos.
Ya seamos analíticos o virtuosos en el manejo de las diferentes técnicas, no podemos depender del recetario, no todos somos iguales, no todos sufrimos la enfermedad de igual modo.
La única manera viable de conseguir lo que buscamos, como terapeutas, es estudiando, y cogiendo todos esos conocimientos adquiridos durante nuestra formación, para ponerlos en un sistema de integración.
Un sistema de integración es aquel donde cogemos todos nuestros conocimientos y los unimos, para dejar de ver solo piezas y poder ver un bonito cuadro, y no hay fórmulas comunes, cada persona necesita su propia fórmula. Tampoco hay terapias maravillosas, el terapeuta la hace maravillosa si está bien empleada. Si su sistema de integración ha conseguido descifrar la raíz de su problema.
